Aprender a mirar las cosas desde la inquietud de poder cambiarlas es uno de los primeros pasos de la investigación científica. Es preciso volver a los ojos de un niño para repreguntarse el por qué de las cosas, los motivos por los que no funcionan, la manera de relacionar elementos poco acostumbrados. La transformación sólo es posible desde la perspectiva de lo previamente imaginado. Hoy nuestros adolescentes tienen que leer más Julio Verne, más cómics y tienen que dibujar más.
Parece que les quema el lápiz en las manos y que el ojo sólo es atraído con la pantalla de un ordenador que le devora. Si no subimos cinco semanas o las que haga falta en globo o no viajamos con Tintín por tierras ajenas a nuestra cultura cómo podremos entender la diferencia o comprender que esta es necesaria en un proceso de renovación y de búsqueda de nuevos horizontes. La prisa nunca es buena y menos para imaginar un mundo que sin inventos se anquilosa en una espiral menguante de datos repetidos y no pensados, de inquietudes sin descubrir, de momentos que se han perdido definitivamente en un olvido de cementerio de elefantes.
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