sábado, 1 de junio de 2013

El estrés, la bomba de relojería del cerebro

Vivimos como el apresurado conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas corriendo sin parar y, muchas veces, sin tener claro hacia dónde. Cada cambio nos agobia, la toma de decisiones nos invade contra-reloj y hasta los tiempos de ocio, como los de la Navidad, nos acechan con jornadas maratonianas.
Hoy conocemos que el estrés o vivir agobiados por el transcurso del tiempo mata tanto como el tabaco y el cáncer juntos, pero no por ello buscamos solución a esta fiebre vertiginosa donde faltan horas al día y segundos que escatimar al sueño.
En los pacientes con ictus cerebral, infarto de miocardio o angina de pecho existe un alto porcentaje que sufre estrés y no le da la importancia que debiera. Como tampoco se la da la sociedad que les impulsa a un frenesí sin límites, con actividades de todo tipo, vivencias de todo género, experiencias variopintas.
La vida, como decía John Lennon, es lo que nos pasa cuando estamos ocupados en otras cosas. Dicho de otra manera, con tanto empeño en vivir al filo de la navaja estamos desperdiciando los tiempos muertos y los de silencio, la reflexión y la crítica, el compromiso y el pensamiento, la capacidad de sentir y de transmitir lo que sentimos, de disfrutar un recuerdo; en definitiva, de la propia conciencia de estar vivos.
Vivir mirando el reloj, sufrir la conciliación entre la vida familiar y la profesional como una carrera donde existen demasiadas prioridades, puede acarrear trastornos psicosomáticos (úlcera, eczemas, dermatitis, colon irritable, gastritis, migrañas, asma, etc)  depresión, fibromialgia, insomnio y  propiciar la aparición de la demencia senil y el alzheimer a tempranas edades.
El estrés produce desconexiones a nivel cerebral y, por tanto, propicia la falta de conexiones sinápticas adecuadas para el buen funcionamiento del sistema nervioso central y para la formación de ideas y pensamientos. Además, influye en el hipocampo y dificulta la atención, la concentración y la memoria. También son nocivos sus efectos para la amígdala cuando gestiona la producción de las emociones.
Los que trabajamos con la capacitación de personas, el desarrollo de habilidades intelectuales y la prevención de enfermedades cerebrales sabemos que las prisas, el apurar hasta el último segundo y pretender llegar a todo son tres factores determinantes para la producción de enfermedades mentales, para la rápida destrucción de los telómeros (extremos de los cromosomas) y, en consecuencia, para un envejecimiento acelerado y prematuro.
Acabar con el estrés pasa por distintas estaciones de peaje y de nosotros depende pagar el precio que supone la libertad, que no es otro, que carecer de algunas cosas para andar sobrados del disfrute de aquellas con las que contamos:

* La primera es darnos cuenta de que sólo se vive una vez y aprovechar cada acontecimiento que nos sucede, tanto los buenos, porque  reconocen nuestro valor  y elevan nuestra autoestima; como los malos, porque nos enseñan y dan sentido a lo que merece la pena.
*La segunda es no competir con los demás, sino concurrir, porque si andamos pendientes de ver qué  tienen ellos, perdemos un tiempo valioso en la búsqueda de nuestro mejor yo.
*La más importante, dar cada día un paso más hacia un estilo de vida que implique ralentizar el ritmo.

El contacto con la naturaleza es esencial en la prevención del estrés. Los científicos están comenzando a estudiar la relación del mar con el cerebro, lo provechoso que resulta vivir cerca de él, ya que equilibra el funcionamiento de los dos hemisferios cerebrales, reduce el impacto en la destrucción de los telómeros y propicia una mejora en el funcionamiento de las sinapsis.


Taller práctico

Cada día:

a)    Deja unas líneas en blanco en tu agenda y, si te agobia verlas así, escribe: tiempo para mí. Piensa en qué te gustaría emplear ese tiempo y, dentro de esa franja, no caben los deberes, ni las tareas inacabadas, ni adelantar acontecimientos. Es igual que sea una hora o diez minutos, pero en ese espacio intenta vivir a cámara lenta, respira hondo y profundo, decide si quieres compartirlo con otros, ocuparlo en algo o simplemente no hacer nada. No planifiques ni intentes controlar lo que sucede.

b)    Suelta lastre. Proponte decir “no”. A una tarea profesional que no te compete, a una persona que te compromete a hacer algo que no quieres o a comprar una cosa que realmente no necesitas.

c)     Atesora momentos: Di “sí”. A pararte y escuchar a alguien que te parezca interesante, a disfrutar de un olor o un sabor, a buscar una nueva utilidad a algo que parece inservible.


d)    Lee y piensa: Dedica al menos cinco minutos a leer un par de líneas sobre algo interesante, un descubrimiento o teoría, una forma de vida distinta o una cultura diferente. Piensa cómo te afecta, qué te aporta e intenta retener en tu memoria esa opinión, porque te ayudará a necesitar menos tiempo para decidir, porque cuanta más información procesamos menos tardamos en formular ideas.

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