Vivimos como el
apresurado conejo blanco de Alicia en el
País de las Maravillas corriendo sin parar y, muchas veces, sin tener claro
hacia dónde. Cada cambio nos agobia, la toma de decisiones nos invade contra-reloj
y hasta los tiempos de ocio, como los de la Navidad, nos acechan con jornadas
maratonianas.
Hoy conocemos que el
estrés o vivir agobiados por el transcurso del tiempo mata tanto como el tabaco
y el cáncer juntos, pero no por ello buscamos solución a esta fiebre
vertiginosa donde faltan horas al día y segundos que escatimar al sueño.
En los pacientes con
ictus cerebral, infarto de miocardio o angina de pecho existe un alto
porcentaje que sufre estrés y no le da la importancia que debiera. Como tampoco
se la da la sociedad que les impulsa a un frenesí sin límites, con actividades
de todo tipo, vivencias de todo género, experiencias variopintas.
La vida, como decía John
Lennon, es lo que nos pasa cuando estamos ocupados en otras cosas. Dicho de
otra manera, con tanto empeño en vivir al filo de la navaja estamos
desperdiciando los tiempos muertos y los de silencio, la reflexión y la
crítica, el compromiso y el pensamiento, la capacidad de sentir y de transmitir
lo que sentimos, de disfrutar un recuerdo; en definitiva, de la propia
conciencia de estar vivos.
Vivir mirando el reloj,
sufrir la conciliación entre la vida familiar y la profesional como una carrera
donde existen demasiadas prioridades, puede acarrear trastornos psicosomáticos
(úlcera, eczemas, dermatitis, colon irritable, gastritis, migrañas, asma,
etc) depresión, fibromialgia, insomnio
y propiciar la aparición de la demencia
senil y el alzheimer a tempranas edades.
El estrés produce
desconexiones a nivel cerebral y, por tanto, propicia la falta de conexiones
sinápticas adecuadas para el buen funcionamiento del sistema nervioso central y
para la formación de ideas y pensamientos. Además, influye en el hipocampo y
dificulta la atención, la concentración y la memoria. También son nocivos sus
efectos para la amígdala cuando gestiona la producción de las emociones.
Los que trabajamos con
la capacitación de personas, el desarrollo de habilidades intelectuales y la
prevención de enfermedades cerebrales sabemos que las prisas, el apurar hasta
el último segundo y pretender llegar a todo son tres factores determinantes
para la producción de enfermedades mentales, para la rápida destrucción de los
telómeros (extremos de los cromosomas) y, en consecuencia, para un
envejecimiento acelerado y prematuro.
Acabar con el estrés
pasa por distintas estaciones de peaje y de nosotros depende pagar el precio
que supone la libertad, que no es otro, que carecer de algunas cosas para andar
sobrados del disfrute de aquellas con las que contamos:
* La primera es darnos
cuenta de que sólo se vive una vez y aprovechar cada acontecimiento que nos
sucede, tanto los buenos, porque reconocen nuestro valor y elevan nuestra autoestima; como los malos,
porque nos enseñan y dan sentido a lo que merece la pena.
*La segunda es no competir
con los demás, sino concurrir, porque si andamos pendientes de ver qué tienen ellos, perdemos un tiempo valioso en
la búsqueda de nuestro mejor yo.
*La más importante, dar
cada día un paso más hacia un estilo de vida que implique ralentizar el ritmo.
El contacto con la
naturaleza es esencial en la prevención del estrés. Los científicos están
comenzando a estudiar la relación del mar con el cerebro, lo provechoso que
resulta vivir cerca de él, ya que equilibra el funcionamiento de los dos
hemisferios cerebrales, reduce el impacto en la destrucción de los telómeros y
propicia una mejora en el funcionamiento de las sinapsis.
Taller
práctico
Cada día:
a) Deja unas líneas en blanco en tu agenda y, si te
agobia verlas así, escribe: tiempo para
mí. Piensa en qué te gustaría emplear ese tiempo y, dentro de esa franja,
no caben los deberes, ni las tareas inacabadas, ni adelantar acontecimientos.
Es igual que sea una hora o diez minutos, pero en ese espacio intenta vivir a
cámara lenta, respira hondo y profundo, decide si quieres compartirlo con
otros, ocuparlo en algo o simplemente no hacer nada. No planifiques ni intentes
controlar lo que sucede.
b)
Suelta lastre. Proponte decir “no”. A una tarea
profesional que no te compete, a una persona que te compromete a hacer algo que
no quieres o a comprar una cosa que realmente no necesitas.
c)
Atesora momentos: Di “sí”. A pararte y escuchar
a alguien que te parezca interesante, a disfrutar de un olor o un sabor, a
buscar una nueva utilidad a algo que parece inservible.
d)
Lee y piensa: Dedica al menos cinco minutos a
leer un par de líneas sobre algo interesante, un descubrimiento o teoría, una
forma de vida distinta o una cultura diferente. Piensa cómo te afecta, qué te
aporta e intenta retener en tu memoria esa opinión, porque te ayudará a
necesitar menos tiempo para decidir, porque cuanta más información procesamos
menos tardamos en formular ideas.