Vivimos en mundos tecnológicos, con amigos virtuales, datos perdidos en nubes y muros donde apuntar notas de agenda y fotos que impactan. Nuestros hijos nacen con los pulgares hiperdesarrollados pulsando botones antes de dejar el biberón, con las pupilas dilatadas por el universo de colorines y con la atención capturada y mediatizada por la aparición de imágenes. Y los padres contentos con estas precocidades, con su uso como niñera en una sociedad estresada y carente de opciones duraderas para conciliar la vida profesional y familiar.
Cuando nace un niño con una dificultad
física o psíquica de naturaleza crónica el problema trasciende a la familia y
cala en la sociedad. No hay nada más doloroso ni más contranatura que el
sufrimiento de un niño y el peor de todos ellos es nacer o desarrollar en un
momento determinado unas cortapisas que le impiden un desarrollo armónico
acorde con su edad física y mental. Buscar fórmulas para mejorar su calidad de
vida es un compromiso en el que todos nos encontramos inmersos en la medida de
nuestras posibilidades y saberes.
Ante esta encrucijada cabe una disyuntiva o buscamos elementos divertidos que lo adiestren para un aprendizaje mediatizado que le permita una inserción social que garantice un nivel apropiado de autonomía o buceamos en las peculiaridades de su dificultad y nos embarcamos en una ruta espinosa, lenta y a veces tediosa para conseguir que desarrolle un pensamiento independiente y decisorio. Si tomamos el primer camino contamos para empezar con la aceptación del niño, con la facilidad y comodidad de los padres y con el aplauso de una sociedad que prefiere quitarse problemas de en medio a solucionarlos.
Si elegimos el
segundo camino no siempre el niño estará conforme con una enseñanza que implica
un esfuerzo, una ausencia de entretenimiento, un enfrentamiento a sus propias
frustraciones y un compromiso; los padres también implicados en este itinerario
se verán tentados a tirar la toalla porque el niño parece que no da más de sí o
no vale la pena o no hay que complicarse tanto la vida y la sociedad no ve con
buenos ojos procesos que no producen resultados inmediatos y satisfactorios.
Si atendemos al
planteamiento sobre las inteligencias múltiples desarrollado por Gardner en
1994 y su posterior desarrollo entendemos que todas las inteligencias tienen
que estar desarrolladas de forma armónica para que se capte, asimile y
comunique información de manera efectiva. De esta manera un excesivo desarrollo
en la inteligencia espacial inhibe la producción de lenguaje, las estrategias
de comunicación y la capacidad de interacción social. Y esto es así y la propia
naturaleza lo confirma; los niños con déficit de atención que ven televisión
más de cuatro horas al día tienen un nivel de raciocinio menor, un vocabulario
más pobre que los de su misma edad y una capacidad de expresión oral y escrita
sensiblemente menor.
(continúa en el siguiente post...)
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