Por tanto o nos encontramos ante una privatización salvaje de un bien público o ante cuanto menos la negligencia en la prestación de un servicio de interés general. Dar clase no es sólo ponerse frente a un alumno sino preparar una dinámica, aplicar un método, diseñar una batería de actuaciones donde se tome en consideración las circunstancias reales de cada uno de los alumnos y sobre todo es un ejercicio de responsabilidad donde no todo es válido ni tan siquiera la presunción de la sabiduría omnisciente o la soberbia de pretender que un profesor tenga la competencia necesaria para impartir asignaturas que no guardan relación entre sí.
De nuevo nos encontramos dentro de una torre de babel sin don de lenguas y lo verdaderamente grave es que nuestros políticos, los que no son capaces de enfrentarse a las consecuencias de una crisis sin cabeza ni corazón y los que guardan la panacea para tiempos que les resulten a ellos más favorables, piensan que sin la palabra se puede encontrar la llave que permita ver la salida al final del túnel.
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